En la primavera del año 2003 Juceca dejó de estar con nosotros.
No podría decir que su partida fue intempestiva. Simplemente ya no estuvo allí donde todos lo necesitábamos.
Julio César Castro, el flaco Castro, Castro, Castrito, el flaco, o simplemente Julio dejó su espacio vacío. Su alter ego Juceca dejó de decir las cosas más profundas e importantes con ese dejo de ironía que a tantos dejaba confundidos sin saber si era un chiste o la cosa iba muy en serio.
Sin duda, lo suyo era una forma de mirar.
Tierno y piadoso, nos hacía ver el mundo a través del absurdo y eso ayudaba. Escuchar las noticias en el informativo, cinco veces repetidas y auspiciadas era una experiencia diferente. El pronóstico del tiempo también.
Lo sigo recordando cuando veo y oigo hablar a imperiales presidentes sobre la guerra y la paz. Sí, señor, en estos días se lo extraña mucho.
El boliche El resorte y su guardián Don Verídico fueron creados en 1962 como libretos de radio. Con el paso del tiempo y los acontecimientos del país tomaron forma en el imaginario, se hicieron fuertes. El Resorte era un lugar donde no pasaba nada extraordinario hasta la llegada del forastero de turno pidiendo consejo y aportando lo suyo. Allí estaba el elenco estable con su solución y su solidaridad alocada canalizando esa magia.
Ese boliche sin bolichero salido de la creatividad de Juceca tenía que ser desopilante, crítico, loco, surrealista, y todos los etcéteras que se nos pudieran ocurrir.
Sin duda fue todo eso y mucho más. Fue una manera de pensar, de ver el mundo. De pararse en él.
En el inicio de la primavera de 2005, necesitando consejo y ternura, decidí iniciar un viaje a ese mundo. En él, sin duda, estaría Juceca. Quién podría dudar que su morada fuera el boliche El Resorte. Ese lugar poblado de personajes, historias, dramas e historietas no fue una invención sólo para los libros, sino que se convirtió en un modo de vida, un mundo en sí mismo.
En ese viaje y esa búsqueda leí los libros publicados, seguí con los artículos de prensa; Los Guapos me devolvieron la risa; fui a su computadora y releí los cuentos tan conocidos por mí. Encontré sin embargo pasajes que había olvidado, situaciones no recordadas. Encontré tantas de ellas, tanta magia y ternura que no tuve otra opción que pensarlas en un libro. Un libro de cuentos inéditos que ya había sido previsto por él, pero ahora, en ausencia de su autor, me tocaba a mí recopilarlos, darles forma.
Los separé en dos partes que me parecieron mostraban la evolución de sus cuentos, que fue tal vez la de los últimos años de su vida. Los cuentos de la primera conservan algo de los términos “camperos”, con sus pa, aura que dice, asigún, etc. Julio César Castro era un crítico enérgico de su trabajo, y le agradaba sentir que él, como todos, cambiaba y mejoraba. Creaba cosas nuevas y modificaba mucho las ya hechas.
Quería quitarle dificultades al lenguaje de sus cuentos, explicaba él, para que lo importante fuera la historia, el hilo conductor. Por eso en los cuentos de la segunda parte el lenguaje es liso, sin tropiezos ni modismos. Igual, de vez en cuando aparece uno en boca de los actores, para que no olvidemos quién los escribió.
La caricatura de la cubierta fue realizada por Edgar, dibujante del Mercosur de quien lamentablemente no recuerdo el apellido. Se la regaló a Julio el 27/11/1996 en la ciudad de Salto, y para él dejo aquí mi agradecido reconocimiento.
En este periplo, leyendo los cuentos de Don Verídico me llené de la ternura de la Duvija y el fumigador, y me los imaginé hablando de las vueltas de la vida, de los golpes del destino y de las croquetas de arroz.
Siguiendo el mandato juguetón de Julio, continué buscando al mellizo de Clorindo Surtido, para ver si eran tan igualitos como se decía, tanto que capaz que eran el mismo.
Cuando los encuentres, tené cuidado — me dijo un día —, porque esos dos son muy diablos, ligeros con las manos y con el cuchillo.
Seguía mi búsqueda cuando una mañana pasó por casa Crisantemo Patita a contarme que venía del único boliche con polillas verdes porque le habían comido el paño al billar. Que un vecino creía que eran pichones de cotorras y quería enseñarles a conversar de chiquitas, a las polillas, santitas, que cualquiera sabe que son sordas, así que mal podían aprender a pronunciar palabra.
Otro día en un bar escuché clarito en la mesa de al lado contar que Embutido Escoria, sonámbulo famoso, una tardecita se subió al techo del boliche El Resorte y se paseó de brazos estirados, en un ir y venir, haciendo tanto ruido que hasta las arañas le chistaban, y no dejaba jugar al truco. Como la gente del boliche no era de andar buscando uniformados llamaron a los bomberos y les mandaron el Cuerpo Especializado en Sonámbulos Diurnos. Dicen que cuando la Duvija escuchó la sirena se pintó los labios y los cachetes color fuego, a ver si ligaba un tratamiento...
En ese viaje lo encontré, lo reconocí, lo recordé. Ojalá a quienes lean los cuentos les pase lo mismo.
Leyendo y escribiendo sobre Julio César Castro se aprende mucho sobre la magia de la vida, de los cuentos, de los locos y los sabios, sobre el tiempo de la magia y del paso del tiempo. Sin duda.
Leí relatos sobre historias de otros tiempos. De las horas. Que hay una hora para el cuento, una hora para el silencio, una hora para darle tiempo a la memoria para que viaje por los pagos del amor y del miedo y que regrese como de un sueño...
MARÍA INÉS BALDOVINO
Año 2005 (de la era sin Juceca)
Prólogo de inés al libro HAY BARULLO EN EL RESORTE, Editorial Planeta.
Fuente: Facebook